De las nubes de polvo y gas a los agujeros negros: así nacen, crecen, mueren y se reproducen las estrellas
No resulta en absoluto descabellado considerar a las estrellas seres
vivos. Tan solo hace falta contemplarlas con un poco de curiosidad. Al
fin y al cabo nacen, crecen, mueren y se reproducen.
Como los seres vivos. Aunque abordan estas etapas vitales en un orden
diferente al que estamos acostumbrados. Curiosamente, se reproducen
después de morir. Y es que las supernovas, esas descomunales explosiones que marcan un punto de inflexión en la vida activa de algunas estrellas,
y que pueden emitir un brillo superior al de la galaxia que las
contiene, también pueden dar lugar a nuevos cuerpos celestes. Incluso a
nuevos sistemas estelares.
Ahondar en la vida de una estrella en un artículo de un puñado de párrafos es claramente imposible.
Este interesantísimo tema da para escribir no uno, sino decenas de
libros. Por esta razón, nuestro propósito es sintetizar de una forma lo
más didáctica y asequible posible las etapas por las que transita una estrella
desde el instante en el que comienza a formarse bajo el efecto
inagotable de la gravedad, hasta que llega a los últimos estadios de su
vida activa y colapsa, transformándose, si se dan las condiciones
apropiadas, en una estrella de neutrones, una estrella de quarks, o,
incluso, en un agujero negro. Empecemos nuestro viaje.
Así es el nacimiento de una estrella
Todas las estrellas son distintas. Cada una de ellas tiene su propio
carácter. Su propia «personalidad». Sin embargo, el mecanismo de la
naturaleza que desencadena su nacimiento es siempre el mismo, por lo
que, de alguna forma, podemos considerar que todas están emparentadas. Las estrellas nacen a partir de nubes de polvo y gas que están esparcidas por el universo, y que comenzaron a formarse poco después del Big Bang, que tuvo lugar, según las estimaciones de los científicos, hace casi 14.000 millones de años.
Los análisis que están llevando a cabo muchos grupos de investigación
defienden que las primeras estrellas nacieron poco después de la
formación del universo. De hecho, actualmente se considera que la más
antigua conocida, cuyo nombre me resisto a transcribir porque es un
cúmulo de letras y números que no va a aportarnos nada, nació hace nada
menos que 13.600 millones de años, lo que refleja que es casi tan antigua como el propio universo. Un equipo de astrónomos de la Universidad Nacional de Australia,
que es el grupo de científicos responsable de su descubrimiento,
asegura que es sesenta veces más grande que nuestro Sol y está situada
en nuestra misma galaxia, la Vía Láctea, pero a 6.000 años luz de la
Tierra. Apenas a un salto.
Lo más interesante es que, a pesar de su antigüedad, los astrónomos
están convencidos de que hay estrellas aún más arcaicas. Esta sospecha
se apoya en el hecho de que nuestra gigante de 13.600 millones de años
está compuesta, además de por hidrógeno, por carbono, magnesio y calcio,
unos elementos químicos que necesariamente tuvieron que ser fabricados
previamente por una o varias estrellas de una generación aún más antigua
y con una «metalicidad» muy baja, entendiendo como metales todos
aquellos elementos químicos que son más pesados que el helio, al margen
de su posición en la tabla periódica.
El punto de partida de nuestro viaje tiene necesariamente que
permitirnos indagar en la composición de las estrellas por una razón
fundamental: de ella va a depender en gran medida su evolución. En
realidad, la vida de una estrella está íntimamente ligada no solo a su
composición inicial, sino también, y, sobre todo, a su masa,
que no es otra cosa que la cantidad de materia que la gravedad es capaz
de reunir y condensar en una porción del espacio. Y es que la fuerza de
la naturaleza responsable del nacimiento de las estrellas es la
contracción gravitacional, un fenómeno inagotable que poco a poco se
encarga de ir reuniendo y compactando los elementos que más adelante, y
solo si se dan las condiciones en las que profundizaremos en unos
párrafos, provocarán el nacimiento de una nueva estrella.
Alrededor del 70% de la masa de las estrellas es
hidrógeno, entre el 24 y el 26% es helio, y el 4 al 6% restante es una
combinación de elementos químicos más pesados que el helio
Como hemos visto, todas las estrellas son diferentes en la medida en
que su masa y su composición química inicial también son distintas. Aun
así, podemos asumir que alrededor del 70% de su masa es hidrógeno (en
realidad se trata de protio, que es un isótopo del hidrógeno que tiene
un único protón en su núcleo y un electrón orbitando en torno a él);
entre el 24 y el 26% es helio, y el 4 al 6% restante es una combinación
de elementos químicos más pesados que el helio, a los que los
astrofísicos suelen identificar sencillamente como metales. Como podéis
ver, la proporción de metales en la masa total de las estrellas es baja
si la comparamos con la cantidad de helio, y, sobre todo, de hidrógeno
que contienen, pero es muy importante porque estos elementos, que pueden
variar mucho de unas estrellas a otras, tienen un impacto crucial en su evolución.
También es interesante saber que cualquier variación mínima que se
produzca alrededor de ese 70% inicial de hidrógeno tendrá un impacto
directo en la vida de cada estrella. En cualquier caso, como hemos
visto, el auténtico motor capaz de alumbrar una nueva estrella es la
gravedad. Esta fuerza se encarga de reunir y comprimir estos elementos,
calentándolos poco a poco durante este proceso. Si la cantidad de
materia acumulada mediante la contracción gravitacional es lo
suficientemente grande, y la temperatura alcanzada lo bastante elevada, se encenderá el «horno nuclear».
En el núcleo de este cuerpo celeste, que es su región sometida a una
mayor presión y a una temperatura más alta, comenzarán a fusionarse los
núcleos de hidrógeno para dar lugar a nuevos núcleos de helio, liberando durante el proceso enormes cantidades de energía.
El momento en el que se enciende el horno nuclear y comienzan las
reacciones de fusión entre los núcleos de hidrógeno es el instante en el
que podemos afirmar con propiedad que se ha producido el nacimiento de
una nueva estrella.
El
proceso que recreamos en los reactores de fusión nuclear es muy similar
al que tiene lugar de forma natural en el interior de las estrellas
Este proceso natural es el que recreamos en los reactores de fusión nuclear experimentales que hemos construido en el pasado,
y en los que estamos construyendo actualmente, como ITER. La diferencia
es que los isótopos del hidrógeno que utilizamos son deuterio y tritio,
y no protio, como en las estrellas, porque los dos primeros requieren unas condiciones de presión y temperatura un poco más «asequibles»,
y, por tanto, más fáciles de alcanzar. Si os apetece conocer con mucho
más detalle en qué consiste la fusión nuclear a «escala humana», los
retos que plantea y cuándo estará lista, os sugiero que echéis un vistazo a la serie de artículos que publicamos hace unas semanas, y en la que abordamos este tema con bastante profundidad, pero de una forma didáctica y asequible.
Llegados a este punto, y antes de seguir adelante, es importante que nos detengamos un momento para averiguar cuánta materia es necesario acumular
mediante contracción gravitacional para que se encienda el horno
nuclear que va a dar lugar al nacimiento de una estrella. Durante la
formación de la protoestrella, que es ese objeto cuyo «horno» aún no se
ha encendido, la gravedad se encarga de seguir incorporando materia a
partir de la nube molecular de gas del medio interestelar de la que os
hablé al principio del artículo, provocando de esta forma que el núcleo
se vaya comprimiendo y calentando cada vez más.
La ignición del hidrógeno mediante los procesos de fusión nuclear
tiene lugar cuando la temperatura del núcleo de la protoestrella alcanza
los diez millones de grados centígrados, poniendo en marcha en este
instante un proceso al que los astrofísicos llaman secuencia principal,
y que se dilatará a lo largo de la mayor parte de la vida de la
estrella. Pero también debemos contemplar otra posibilidad. Si el objeto
en proceso de formación tiene menos de 0,08 masas solares, la
compresión y el calentamiento del núcleo se detendrán antes de alcanzar
la temperatura necesaria para iniciar la fusión de los núcleos de
hidrógeno. Poco a poco irá enfriándose y varios millones de años después se transformará en una enana marrón.
Las
enanas marrones no tienen la masa necesaria para iniciar la combustión
de los núcleos de hidrógeno, por lo que se enfrían con relativa rapidez
Una forma sencilla de entender qué es una enana marrón requiere
contemplarla como un cuerpo celeste que aspiraba a alcanzar el estatus
de estrella, pero que finalmente no lo logró debido a que no consiguió reunir la masa necesaria.
Aun así, los astrofísicos creen que, dependiendo de la cantidad de
materia que la contracción gravitacional ha sido capaz de condensar,
algunas enanas marrones consiguen fusionar deuterio, litio y tritio
porque son elementos más fáciles de «quemar» que el protio, que, como
vimos antes, es el hidrógeno común, el que no tiene ningún neutrón en su
núcleo.
Pero esta actividad no suele durar demasiado, extendiéndose
habitualmente solo durante su juventud. El hecho de que no consigan
sostener reacciones de fusión nuclear a partir de los núcleos de protio
provoca que poco a poco vayan contrayéndose y enfriándose
hasta alcanzar el equilibrio. Cuando el calor residual de las
reacciones de fusión, si es que tienen lugar, se disipa, dejan de
brillar y acaban convertidas en unos cuerpos celestes a medio camino
entre las estrellas de baja masa y los planetas gaseosos gigantes, como
Júpiter.
Después de la ignición las estrellas alcanzan su plenitud
La longevidad de una estrella está estrechamente condicionada por su
masa. Las más masivas consumen con más rapidez su combustible, el
hidrógeno, mediante el proceso de fusión nuclear del que hemos hablado
antes, por lo que agotan en menos tiempo sus fuentes de energía.
Y, en consecuencia, tienen una vida activa más corta. Esta es la fase a
la que los astrofísicos llaman, como hemos visto antes, secuencia
principal. La combustión del hidrógeno en el núcleo provoca que este
elemento vaya agotándose poco a poco, por lo que la estrella se ve
obligada a reajustarse, contrayendo el núcleo para incrementar su
temperatura y detener el colapso gravitacional al que se vería abocada
de no poder equilibrarse gracias a la presión de radiación y la presión
de los gases.
El equilibrio en el que se encuentra una estrella durante la fase de combustión del hidrógeno, que es el periodo más largo de su vida,
es posible gracias a que la contracción gravitacional, que «tira» de la
materia de la estrella hacia dentro, hacia su interior, se ve
compensada por la presión de los gases y la presión de la radiación
emitida por la estrella, que «tiran» de la materia hacia fuera.
Este es un proceso muy complejo que obliga a la estrella a reajustarse constantemente. Pero, afortunadamente, contamos con la ayuda de cuatro ecuaciones diferenciales
que, a partir de la composición química inicial de una estrella y su
masa, y con la ayuda de ordenadores muy potentes, nos permiten conocer
con mucha precisión cómo va a ser su evolución y en qué momento llegará
el colapso gravitacional, del que hablaremos un poco más adelante.
Afortunadamente no es necesario que profundicemos en la complejidad
matemática de estas cuatro ecuaciones, pero nos viene bien describir
someramente qué información nos proporciona cada una de ellas para que
podamos entender con cierta precisión por qué nos ayudan a predecir cómo
será la evolución de una estrella. Antes de repasarlas, un apunte más:
todas ellas, a pesar de su complejidad, proceden de la física básica.
En ellas aún no es necesario contemplar efectos cuánticos ni
relativistas, que tendrán importancia más adelante, cuando veamos en qué
medida la masa de una estrella condiciona en qué se transformará cuando
agote sus fuentes de energía.
Con solo cuatro ecuaciones procedentes de la física
básica los astrofísicos consiguen predecir con mucha precisión cómo
evolucionará una estrella partiendo de su masa y su composición química
inicial
La primera de las ecuaciones es la de la masa, que asume que en el centro de la estrella la masa es cero y en su atmósfera tenemos la masa total. La segunda es la ecuación de equilibrio hidrostático,
que revela justo lo que acabamos de ver: cómo la gravedad de la
estrella contrarresta la presión de los gases y la presión de radiación
para mantener la estrella en equilibrio. La tercera es la ecuación de producción de energía,
que determina cómo la estrella obtiene energía a partir de las
reacciones de fusión que se producen en su interior, y también gracias a
la contracción gravitacional. Y la última es la ecuación de transporte de energía, que refleja la forma en que la energía es transportada desde el núcleo de la estrella hacia fuera.
Cuando la temperatura y la presión en el núcleo de la estrella son lo
suficientemente altas, como hemos visto antes, comienzan las reacciones
de fusión entre los núcleos de hidrógeno. Pero lo que aún no hemos
analizado es el papel crucial que ejerce la energía cinética
en este fenómeno. Y es que precisamente es el incremento de la
temperatura el que dota a los núcleos de hidrógeno de la energía
cinética necesaria para alcanzar una velocidad lo suficientemente alta,
ayudándoles a vencer su repulsión eléctrica natural provocada por su
carga positiva cuando varios de ellos se acercan.
Podemos imaginar que en estas condiciones el núcleo de la estrella es una sopa extremadamente densa
que reúne sobre todo núcleos de hidrógeno lo suficientemente calientes
para estar moviéndose en todas direcciones y agitándose. Su velocidad es
tan alta que cuando se acercan lo suficiente su inercia contrarresta su
repulsión eléctrica natural y entra en acción la fuerza nuclear fuerte,
que es la que mantiene unidas las partículas del núcleo atómico. A
partir de aquí la fusión entre esos núcleos es «pan comido».
El primer elemento químico «fabricado» en grandes cantidades en el
núcleo de las estrellas a partir de la fusión de los núcleos de
hidrógeno es el helio. Y este proceso conlleva la liberación de una gran
cantidad de energía. Pero el helio no es el único subproducto
resultante de las reacciones de fusión nuclear. Ni mucho menos. A medida
que se consume el hidrógeno la estrella se va reajustando, comprimiendo
su núcleo e incrementando su temperatura, de manera que se dan las
circunstancias necesarias para que comience la ignición del helio. O no.
Dependerá de la masa de la estrella.
Si es lo suficientemente masiva el núcleo se calentará y se
comprimirá tanto como para que la fusión de los núcleos de helio tenga
lugar cuando se acabe el hidrógeno. El proceso triple alfa,
que es como se conoce a la fusión de tres núcleos de helio para
producir un núcleo de carbono, tiene lugar a temperaturas superiores a
los 100 millones de grados Kelvin, lo que refleja con claridad la
temperatura extrema que debe alcanzar el núcleo de la estrella para que
tenga lugar la producción de carbono. Y, de nuevo, la estrella continúa
reajustándose, de manera que nuestras cuatro ecuaciones sigan arrojando
resultados coherentes con un cuerpo en perfecto equilibrio.
A medida que el combustible nuclear se va agotando la estrella se reajusta incrementando su radio y su temperatura
¿Qué sucederá entonces con el carbono de nuestra estrella de gran
masa? Sencillamente, lo mismo que con el helio. Si la masa de la
estrella es lo suficientemente grande, cuando se agote el carbono del
núcleo central este volverá a contraerse y a incrementar su temperatura
para continuar los procesos de fusión, dando lugar cada vez a elementos más pesados.
Una vez que hemos llegado a esta fase resulta sencillo comprender que
la estrella adquiere una estructura de capas concéntricas similar a una
cebolla, de manera que en cada una de las capas se lleva a cabo una
reacción de fusión que tiene como resultado unas cenizas cada vez más
pesadas, entendiendo que la ceniza está constituida por los elementos
resultantes de la combustión de otros elementos más ligeros.
A medida que se va quemando el combustible nuclear la estrella se va
desplazando en el diagrama de luminosidad y temperatura, y, al mismo
tiempo, su radio y su temperatura se incrementan. Pero estos procesos
continuos de fusión nuclear solo tienen lugar si la masa de la estrella
es muy grande. Si la estrella es poco masiva la temperatura del núcleo
no es suficiente para iniciar la combustión del helio, por lo que la
estrella continúa reajustándose para que la temperatura en las capas más
externas sea suficiente para permitir la combustión del hidrógeno
restante. Este proceso provoca que se expanda y adquiera un color rojizo
debido al enfriamiento de su superficie, un fenómeno por el que las
estrellas que se encuentran en esta fase de su evolución se conocen como «gigantes rojas».
Finalmente, cuando consume totalmente su combustible expulsa las capas más externas, dando lugar a una nube de gas conocida como «nebulosa planetaria»,
que habitualmente adquiere la forma de un anillo o una burbuja. Y en el
centro de la nebulosa permanece lo que queda de la estrella: una
estrella degenerada. O una «enana blanca», que es el nombre que suele atribuírseles y que se utiliza como sinónimo del término estrella degenerada.
Este cuerpo celeste se llama así porque es relativamente pequeño, al
menos mucho más que durante las etapas de secuencia principal y gigante
roja, y al principio su temperatura sigue siendo muy alta. Pero como ya
no produce energía porque se ha terminado su combustible, se va
enfriando gradualmente hasta dejar de emitir cualquier tipo de radiación
detectable. En ese momento pasa a llamarse «enana negra»
porque la ausencia de radiación les impide ser detectadas. Un apunte
muy curioso: los astrofísicos están convencidos de que en el universo
aún no hay ninguna enana negra debido a que las enanas blancas se
enfrían tan lentamente que ni siquiera las más antiguas han dejado de
emitir radiación.
Nuestro Sol es una estrella con relativamente poca masa, por lo que
terminará sus días expandiéndose y transformándose en una gigante roja,
para, a continuación, expulsar sus capas más externas al medio estelar y
permanecer en el espacio bajo la forma de una enana blanca. Eso sí,
podemos estar tranquilos porque los modelos matemáticos actuales
reflejan que hasta el momento ha consumido aproximadamente el 50% de su combustible
y tiene una edad aproximada de unos 4.600 millones de años. No se le
acabará el hidrógeno hasta dentro de casi 5.000 millones de años, que
será el momento en el que concluirá su secuencia principal.
Estrellas de neutrones, de quarks y agujeros negros
Ya sabemos cómo terminan sus días las estrellas poco masivas, pero
aún nos queda averiguar qué les sucede a las estrellas con mucha masa.
Hasta ahora he establecido la distinción entre unas y otras de una forma
algo ambigua, pero ha llegado el momento de «atar cabos» porque gracias
al astrofísico indio Subrahmanyan Chandrasekhar conocemos con bastante
precisión cuál es la masa límite de una estrella para que, en vez de acabar sus días bajo la forma de una enana blanca, lo haga transformada en una estrella de neutrones.
El «límite de Chandrasekhar», que es como se conoce este valor, equivale a 1,44 masas solares.
Esto quiere decir, sencillamente, que si una enana blanca tiene una
masa que excede ese límite tomando como referencia la masa de nuestro
Sol, no acabará sus días como una enana blanca, sino que colapsará en
una estrella de neutrones. Pero aún sabemos más. Y es que también
conocemos la masa límite que son capaces de soportar las estrellas de
neutrones, en este caso gracias a las investigaciones de Richard Chace
Tolman, Julius Robert Oppenheimer y George Michael Volkoff.
El «límite de Chandrasekhar» nos anticipa que
nuestra estrella, el Sol, pondrá fin a sus días expandiéndose bajo la
forma de una gigante roja y transformándose en una enana blanca después,
para enfriarse durante millones de años hasta quedar reducida a una
enana negra
El «límite de Tolman-Oppenheimer-Volkoff» original fue propuesto en
1939, pero ha sido corregido en décadas posteriores gracias a los nuevos
hallazgos realizados por los astrofísicos, y también con la ayuda de
los nuevos instrumentos de medida, por lo que en la actualidad los
científicos creen que está establecido aproximadamente en 2,17 masas solares.
Esto quiere decir, como vimos cuando hablamos del «límite de
Chandrasekhar» aplicado a las enanas blancas, que si una estrella de
neutrones supera este valor colapsará para transformarse en una estrella de quarks o un agujero negro.
Las primeras, las estrellas de quarks, aún no han sido observadas de
forma fehaciente, pero los astrofísicos están estudiando actualmente
varias estrellas de neutrones que, en realidad, podrían ser estrellas de
quarks.
Volvamos ahora por un instante la vista atrás, aunque solo para
seguir avanzando con paso firme. Como hemos visto, las estrellas más
masivas van progresivamente quemando su hidrógeno, luego el helio, el
carbono y así sucesivamente, produciendo elementos cada vez más pesados
en su interior. Los elementos más ligeros se «fabrican» en las capas más
externas, y los más pesados en las capas interiores. Pero si la
estrella es lo suficientemente masiva llegará un momento en que el
núcleo interior, la capa más profunda de la estrella, estará constituido por hierro. Y con este elemento químico sucede algo muy interesante: de él no puede extraerse más energía mediante fusión nuclear.
Cuando se detiene la producción de energía en el núcleo de la estrella masiva se produce el inevitable colapso gravitacional
Cuando se detiene la producción de energía en el núcleo de la
estrella la presión de radiación, que intenta que la estrella se
expanda, no es capaz de contrarrestar la contracción gravitacional, que
intenta que la estrella se comprima, por lo que el núcleo de hierro se
ve obligado a soportar el peso de todas las capas de la estrella que
tiene por encima. Esa presión es descomunal, y, dado que la estrella ha
perdido el equilibrio, el núcleo se contrae de forma súbita,
provocando que las demás capas de material caigan bruscamente sobre él,
rebotando con una violencia extrema y saliendo despedidas hacia el
medio estelar con una velocidad muy alta. Estamos ante una supernova.
La energía liberada en estas enormes explosiones es tal que consiguen
brillar durante unos segundos más que toda la galaxia de la que forman
parte.
Indudablemente las supernovas son uno de los acontecimientos cósmicos más impactantes de cuantos conocemos hasta la fecha, pero lo que realmente las hace interesantes es su capacidad de «sembrar» el medio interestelar con los elementos químicos
que ha producido la estrella mediante los procesos de fusión nuclear.
Como podemos intuir, estos elementos en el futuro pueden contribuir a la
formación de nuevas estrellas y planetas, por lo que es muy razonable
que contemplemos a las supernovas, que sellan el momento en el que las
estrellas masivas abandonan su vida activa, como el recurso utilizado
por ellas para reproducirse un instante después de poner fin a su latido
estelar.
Pero esto no es todo. La descomunal presión a la que se ve sometido el núcleo de hierro de las estrellas masivas provoca cambios muy importantes en la estructura de la materia,
que ya no está constituida por electrones, protones y neutrones, como
la materia ordinaria, sino que solo está conformada por neutrones. Por
esta razón, las estrellas de neutrones no son otra cosa que el remanente
que queda cuando una estrella masiva pone fin a su etapa activa en
forma de supernova. Son una especie de enorme cristal formado solo por
neutrones.
Cuando hablamos de las cuatro ecuaciones que permiten a los
astrofísicos predecir cómo será la evolución de una estrella mencioné
que proceden de la física básica. Sin embargo, ya nos hemos adentrado
también en el dominio de la mecánica cuántica. De
hecho, para calcular con precisión el famoso límite que lleva su nombre,
Chandrasekhar se vio obligado a contemplar en sus cálculos los efectos
cuánticos y relativistas.
Sin la física cuántica nuestro conocimiento actual de la vida de las
estrellas no sería posible. Sin ella tampoco podríamos entender la estructura de la materia de las enanas blancas y las estrellas de neutrones. Y, por supuesto, no podríamos llegar a intuir qué sucede en el interior de los agujeros negros, de los que aún sabemos muy poco,
pero en cuyos enigmas los astrofísicos poco a poco se van adentrando
gracias en gran medida a las herramientas que pone a nuestra disposición
la física cuántica.
Gracias a esta disciplina los astrofísicos han conseguido calcular
con mucha precisión la densidad de dos objetos tan exóticos y
apasionantes como son las enanas blancas y las estrellas de neutrones.
Las primeras tienen, ni más ni menos, una densidad aproximada de una tonelada por centímetro cúbico. Sí, un fragmento de enana blanca con el tamaño de un «dado» pesa más o menos una tonelada.
La densidad de una estrella de neutrones es tal que un «dado» de un centímetro cúbico pesaría mil millones de toneladas
Aún más espectaculares son las características de las estrellas de
neutrones, en las que el hierro y el helio del núcleo se han
desintegrado por la acción de los fotones, unas partículas muy
energéticas que consiguen descomponer estos elementos en partículas
alfa, que son núcleos que carecen de electrones, y, por tanto, tienen
carga eléctrica positiva, y neutrones. Mediante un mecanismo conocido
como «captura beta», en cuya complejidad no vamos a profundizar para no
complicar más de lo necesario el artículo, los protones se transforman en neutrones,
por lo que, como vimos antes, una estrella de neutrones solo está
constituida por neutrones. Su materia está en un estado diferente al de
la materia ordinaria con la que estamos familiarizados.
Lo que acabamos de descubrir nos ayuda a intuir la que sin duda es la
característica más espectacular de las estrellas de neutrones: su
densidad. Y es que un fragmento de un centímetro cúbico pesa mil millones de toneladas aproximadamente.
Sí, no hay ningún error. Un trozo del tamaño de un terrón de azúcar de
una estrella de neutrones pesa esas mil millones de toneladas. Pero aquí
no acaba todo. Como vimos unos párrafos más arriba, si la masa de la
estrella de neutrones supera el «límite de Tolman-Oppenheimer-Volkoff»
lo que obtendremos después del colapso gravitacional será una estrella
de quarks, que tiene una densidad todavía mayor. O, incluso, un agujero
negro. Pero esta es otra historia. Una en la que nos sumergiremos en
otro artículo, si vosotros, nuestros lectores, queréis.
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