el campo de batalla de la guerra comercial entre EE.UU. y China
Las innovaciones de punta, como microprocesadores o
inteligencia artificial, serán la base de una disputa internacional que
puede moldear el desarrollo futuro de esta industria.
Esta semana, la administración de Donald Trump terminó
por encender la mecha de una guerra comercial con países aliados, y
otros con los que compite en varios terrenos, al imponer aranceles al aluminio y al acero.
Varios de los afectados comenzaron a responder con impuestos a
productos norteamericanos que van desde manufacturas hasta productos
agrícolas, todos provenientes de estados en donde hay fuerte apoyo
político a Trump.
Visto desde un punto, esta es la forma usual en la que se articula una guerra comercial.
Lo novedoso en esta ocasión es que, más allá del acero y el aluminio,
el whisky de Kentucky o las motos Harley Davidson, algunas de las
demandas más punzantes en el enfrentamiento tienen que ver con tecnología.
No se trata de castigar la importación de celulares (aunque también
hay algo de eso), sino de proteger sectores claves para el desarrollo
económico y la seguridad nacional de las dos grandes cabezas del
enfrentamiento, Estados Unidos y China.
La guerra acá toma forma de semiconductores, microprocesadores, inteligencia artificial, equipos de telecomunicaciones y software para el análisis de big data.
La visión de Trump y del presidente chino, Xi Jinping, es simple: quien
domine campos como el diseño y la construcción de microprocesadores y
el desarrollo de inteligencia artificial estará a la cabeza de
innovaciones en material militar que pueden
tener aplicaciones en temas como vehículos autónomos, recolección de
inteligencia en tiempo real y mejoramiento de misiles balísticos de
largo alcance, por sólo mencionar algunos asuntos.
Asimismo, estas tecnologías pueden impulsar lucrativas empresas, como la fabricación de equipos de telecomunicaciones para las próximas redes 5G, el diseño de celulares
o el manejo de datos para una multitud de usos industriales y de manejo
de ciudades (cosas como reconocimiento facial en tiempo real pasan por
acá, por ejemplo).
Una porción importante de las demandas que el gobierno Trump le ha hecho a China es que este país recorte el déficit comercial en US$100.000 millones
(se calcula que en total es de US$375.000 millones en favor de los
chinos) y que, asimismo, cierre el grifo de la financiación estatal a la
política conocida como Made in China 2025.
A futuro, esta es una de las metas más ambiciosas del gobierno chino,
que busca darle liderazgo en áreas como semiconductores, robótica,
industria aeroespacial, vehículos eléctricos y desarrollo de
inteligencia artificial.
El plan es una necesidad estratégica para China en la medida en la
que busca insertarse en una economía que le entregue mayores ingresos al
participar del comercio de bienes de manufactura avanzada. En otras
palabras, participar en las ligas mayores del comercio exterior
requiere, de cierta forma, entrar en el mundo de la alta tecnología.
Ahora, no sólo se trata de un asunto de incrementar ganancias y escapar del segmento medio del comercio, sino también de garantizar la autosuficiencia en áreas que requieren alto desarrollo tecnológico.
Hay que pensar el asunto como una suerte de engranaje: invertir en
tecnología ayuda a impulsar una economía con mayores retornos, lo que a
su vez también impulsa empresas locales y ayuda a blindar todo el
sistema de los vaivenes o caprichos de proveedores externos.
*Crédito foto: Kārlis Dambrāns
La cosa se entiende mejor con un ejemplo, que para este escenario viene siendo el caso de ZTE,
una de las empresas estrella de China, cuya situación actual despierta
serias dudas por cortesía de Trump. A principios de este mes, el
gobierno estadounidense impidió que la compañía china dejara de recibir componentes electrónicos fabricados en EE. UU., lo que en la práctica detuvo la mayoría de su producción.
Aunque la postura de Trump se ha flexibilizado (como suele suceder
con el mandatario: primero los dientes, después algo de diálogo), el
ejemplo da luces sobre las preocupaciones de la guerra comercial en
ambos bandos: además de los bienes tradicionales, como la producción
agrícola e industrial, el nuevo frente de batalla es la tecnología de punta.
Los chinos vieron lo que sucedió con ZTE como un mensaje de alarma para profundizar en las políticas trazadas por Made in China 2025,
que en esencia es un paquete para acelerar el crecimiento industrial,
de la misma forma que lo han hecho otras economías. La administración
Trump asegura que subsidiar este desarrollo con dineros estatales es no
jugar limpio, aunque esta es una jugada harto probada en otros países.
De fondo, el miedo es perder mercado para tecnología estadounidense
en el mayor mercado del planeta, a la vez que es enfrentar competencia
de una economía en amplio desarrollo, que busca generar valor extra en
alta tecnología.
Por ejemplo, una de las metas de la política china es poder suplir el 40 % de la demanda de procesadores para teléfonos inteligentes con producción local, lo que le recortaría un vasto terreno de acción a firmas como Qualcomm.
Vale la pena recordar que esta empresa fue protegida por Trump de ser
adquirida por Broadcom, una firma con sede en Singapur, pero que es
percibida como cercana a Beijing.
Los chinos también quieren que los robots fabricados localmente sean utilizados por el 70% de la industria pesada en China para 2025. El modelo se repite en industrias como la aeronáutica, naval o agrícola.
La guerra comercial entre Estados Unidos y China tiene el potencial
de lesionar las economías de ambos países (aunque hay análisis que
estiman que el daño, proporcionalmente, sería mayor para Trump), pero
también lo tiene para moldear el desarrollo futuro en tecnología: ¿se prolongará el dominio de Silicon Valley o ganarán prominencia lugares como Beijing, Tianjin o Shenzhen?
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